La hoguera se encendió
y se oxigenó.
Crecía, se alimentaba,
crujía, nos calentaba.
Almas ardieron.
Cuerpos llamearon.
Hasta las cenizas se quemaron.
Pero el oxígeno no era infinito.
Necesitábamos respirar,
y la hoguera parpadeó
hasta expirar.
No nos cegó su viva intensidad.
Lo hizo, después, la oscuridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario