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jueves, 31 de agosto de 2017

Doce columnas.

Te escondes tras una
de las doce columnas
de la estación.

Te pierdo y te busco,
te encuentro y te pierdo,
te busco y me buscas,
y empiezo a contar.

Tras la primera columna
no enfrento tus ojos,
a veces bosque, y otras mar.

Tras la segunda columna
no encuentro tu piel,
suave, blanca,
perfecta para morder.

Tras la tercera columna
no vi tus pecas: constelaciones
que siempre quise recorrer.

Tras la cuarta columna
te hallo, y tras mi sonrisa
te vas; y te sigue una brisa
que me revuelve el pelo.

Tras la quinta columna
se perdió esa risa, la que
guardas con tanto celo.

Tras la sexta columna
desaparecieron tus manos,
pero quiero sostenerlas
y volver a su calor.

Tras la séptima columna
no adivino tus labios, pero
sí quiero adivinar su sabor.

Tras la octava columna
nos volvemos a ver,
me alegro, te alegras,
y te vuelves a esconder.

Tras la novena columna
¿no está ahí tu voz?
La oí, ya no sé qué hacer.

Tras la décima columna
se escondió de mí tu aliento pues,
para que fuera mi alimento,
entero me lo quise beber.

Tras la undécima columna
esquiva tu pelo mi presencia;
y eso me sirve de escarmiento.

Al girar el último pilar,
de cara te tengo por fin,
ya no puedes escapar,
ya no tienes donde huir.

¿Te puedo robar un beso?
Que pregunta tan tonta, ¿verdad?
No debo pedir permiso
si se trata de robar.

Me abrazas, y te abrazo,
y me miras otra vez.
Cuentas las doce columnas
y, de nuevo, a correr.

domingo, 13 de agosto de 2017

Divagabundo.

Este es un pequeño relato y/o divagación escrito hace un tiempo, para un concurso de relato corto, pero que me apetece compartir aquí porque personalmente me gustó. Es un poco extraño, pero espero que lo disfrutes.

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Los primeros rayos de sol arañaron al joven dormido cerca de las seis de la mañana, y como todas las mañanas, los ignoró y no despertó. Él vivía casi exclusivamente en las noches, pero si bajara la persiana jamás sentiría la luz natural.

Cerca de las seis, pero esta vez de la tarde, el joven despertó. Como cada día, justo al levantarse de la cama se miró al espejo y se hizo la eterna pregunta que cada despertar intentaba responder. "¿Qué soy?". Podría decir que es una "persona", pero quizá ese fuera un concepto inventado por el ser humano, por lo que no le servía. Podría pensar que es un "animal", mamífero bípedo, social, etcétera. Y quizá ese fuera un concepto demasiado material.

Pensando y repensando llegó a una conclusión. "La pregunta no es qué soy. La pregunta es quién soy, porque indudablemente soy algo, ¿pero soy alguien?". Comenzó a recordar sus actos. "¿Qué he hecho por mí y por los demás? Tengo 27 años, vivo completamente solo y aislado de los otros, por voluntad propia. He sido pintor y compositor, pero ya no sé si lo soy, porque hace tiempo que no pinto ni compongo. Nunca me ha agradado mi familia, nunca tuve un verdadero amor. Antes creía en los románticos ideales que elevaban a los artistas a la posición de dioses, siendo capaces de crear, pero ahora solo pienso que los artistas no crean, sino que reflejan, y nunca acertadamente. No existe nada creado por un humano que no tenga un mínimo matiz personal, y eso ya corrompe el reflejo. Por otro lado, los dioses no pueden existir, y mucho menos ser humanos o incluso un ser vivo. Los dioses deberían ser objetos inanimados, como una piedra o el Sol, lejos de todo instinto y deseo, más cerca de la perfección." El joven volvió a mirar su rostro en el espejo, estudiándolo cuidadosamente. "El verdadero motivo por el que los dioses no pueden ser reales es que la perfección es imperfecta, porque no puede existir. Lo seres vivos morirán, la piedra se erosionará y el Sol se apagará.".

Tras largo rato pensando, se fijó en uno de sus cuadros. Era una luna colocada sobre un cucurucho. Siempre le había hecho gracia pensar que esa imagen le dejaba "helado". De repente una idea se encendió en su mente. Quizá sí hubiera una forma de crear dioses. Cogió un pequeño trozo de papel junto con un bolígrafo y escribió:

"Había un Sol que nunca se apagó".

Ese trozo de papel, aunque se rompiera y ardiera, lo único que haría sería olvidar a ese nuevo "dios". Pero ese Sol nunca se apagaría. Y pensó: "Entonces, las ideas plasmadas pueden ser eternas... y se acercan más a la perfección. Un ser sin deseos ni instintos, y además eterno, puede ser un dios. Pero yo, que soy un ser vivo y humano, y además una idea plasmada en un relato, no me acerco tanto. Aunque, ¿no pueden los dioses crear? Al igual que ese Sol ayuda a crear vida, yo he creado a ese Sol. Y mi creador, ¿habrá sido creado también? Y...

Y, entre tanto pensar, el joven cayó dormido de nuevo, justo cuando los primeros rayos de Sol comenzaban a arañarle.