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jueves, 2 de noviembre de 2017

Calma.

Un ligero vapor envolvía las entrañas de la caverna. La temperatura era perfecta, ni un grado más ni un grado menos del necesario. El mago se deslizaba de forma mortalmente silenciosa. Si no lo estuviera viendo, Alma creería estar sola.

Tras unos instantes de incertidumbre, el mago se acercó. Alma podía sentir cada uno de los átomos del mago vibrando frente a ella. Cuando sus miradas se cruzaron, Alma pudo comprender que él tenía un poder absoluto, un poder capaz de destruir hasta la más mísera forma de existencia y, quizás,
 también de crearla. El mago, al fin, silenció al silencio:

— ¿Qué haces aquí? - preguntó, con una voz firme y grave, pero acogedora -.

— No lo sé. Ni siquiera sé dónde estoy. -Alma respondió. No sabía cómo, pero lo hizo sin abrir la boca -.

— ¿Estás en mi hogar? ¿O quizás sea yo el que está de visita en el tuyo? No importa. - El mago giró sobre sí mismo lentamente -. ¿Por qué estoy yo aquí?

—  No lo sé. No sé qué ha cambiado. - dijo Alma, movida por un impulso casi externo a su ser -.

La risa del mago envolvió la sala hasta recorrer cada uno de sus rincones. Tras ello, volvió a hablar:

— Las serpientes se deshacen de su piel cada cierto tiempo. - Un silencio sepulcral recorrió el ser de Alma. -. Cuando algo se transforma, ¿se deforma?

— No lo sé. Dímelo. Yo no lo sé.

— Cuando algo se transforma, ¿cambia hasta su ser más profundo? ¿O sólo se retuerce, se desgarra, se desmonta, se despieza y renace su superficie?

— No lo sé. Quiero que me cuentes todo. - Alma respiró profundamente. El mago le daba miedo, aunque no sabía por qué -. Todo, todo, todo.

 — ¿Qué quieres saber? Dímelo, dime, ¿qué quieres saber? - El mago se acercó de nuevo a Alma, de una forma brusca-.

— No lo sé. Todo. - Alma empezó a temblar muy ligeramente. Una sensación extraña empezó a recorrerla desde abajo -.

Un segundo después, Alma empezó a andar lentamente, formando círculos alrededor del mago.

— Cuando las serpientes mudan su piel, ¿qué hacen con sus antiguas escamas? - El mago seguía con la mirada a Alma. De repente, comenzó a hacer palmas al son de los pasos de ella.

— No lo sé. Pero quiero conocer la respuesta. Todas las respuestas. -. Los pasos de Alma se aceleraron. Dentro de poco estaría corriendo-.

— Cuando las serpientes se deshacen de su piel, ¿para qué la usan? ¿A dónde la llevan? ¿Por qué la cambian? - Las palmas se hicieron más fuertes a medida que las pisadas de Alma aumentaban su velocidad. La caverna retumbaba -.

— No lo sé. Esperaba que tú me lo dijeras. Porque yo, yo, yo no lo sé.

Las palmadas del mago eran tan fuertes y las pisadas de Alma tan rápidas, que la caverna empezó a derrumbarse. Pero ellos no pararían en ningún momento. 
Tiempo después, mucho, muchísimo tiempo después, el mago alzó de nuevo la voz.

— ¿Qué has aprendido? - Inquirió gritando. Sus manos chocaban entre sí con tal fuerza que de esa forma transmitía las palabras. - ¿Lo sabes ya? ¿Qué harás con tus pieles muertas?

Alma miró fijamente a los ojos del mago. 

— ¡No lo sé! - gritó Alma, antes de quedar sepultada bajo las rocas.

El silencio reinó de nuevo, y reinaría por un tiempo, sobre la eterna duda y la infinita incomprensión. Pero, solamente, hasta que el eco del derrumbe rebotase en alguna pared.

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